Un libro de Pablo E. Resnik

¿Cómo superar la preocupación excesiva y la ilusión de control?

El mundo se nos presenta como una marea incierta e incontrolable. En medio de tanta amenaza real o potencial —cambios laborales, salud, viajes, relaciones de pareja, inseguridad, etc. — nos sentimos vulnerables, incapaces de controlar esas variables, cruciales para nuestro bienestar. Surge entonces la desgastante preocupación excesiva: monitoreamos el entorno en busca de posibles amenazas, extremamos precauciones, vivimos en alerta constante. Confundimos lo posible (¿Y si me da un infarto? ¿Y si choco en la ruta? ¿Y si me da mal la mamografía? ¿Y si un avión comercial con 600 pasajeros se estrella contra mi casa?), con lo verdaderamente probable (aquello acerca de lo cual existen señales concretas de ocurrencia).

Creemos, aun sin estar conscientes de ello, que tal preocupación, permanente y circular, nos protege por su sola presencia. Es así como caemos de lleno en los dominios del trastorno de ansiedad generalizada (TAG): nuestra cabeza no para, enganchada sin freno en circuitos de ansiedad, pensamientos catastróficos e intentos de control.

Sin embargo, ni con nuestros mejores esfuerzos podremos garantizar el 100% de ninguna cosa ni tiene sentido vivir acuciados por eventos que no suceden y quizás nunca se presenten. Pero, ¿cómo tranquilizarnos entonces?

En este libro, el Dr. Pablo Resnik analiza con ejemplos clínicos y sólida base teórica, de qué se trata el TAG, cómo reconocer sus síntomas, por qué pueden dispararse y da claves para comprender y calmar este ruido mental amenazante.

Introducción

No disfruto el momento, siempre estoy pensando en lo que tengo que hacer después. Quiero poder disfrutar. Estamos tomando unos mates y en lugar de relajarme y pasarla bien estoy pensando que me tengo que poner a cocinar. Es siempre así, me abrumo con pensamientos, con cualquier cosa. También quisiera dejar de controlar todo. Salgo a cenar con amigas para despejarme un poco y en medio de la cena le mando mensajes a mi marido para que no se olvide de darle de comer al gato. Y él se enoja, no hace falta que me lo recuerdes, me dice, quiero al gato tanto como vos, estoy bastante al tanto de su necesidad de alimentarse, cómo se te ocurre que lo podría desatender. Y tiene razón, lo hago quedar como un inútil o como si no le importara nada.

Eso me dicen mis amigas y amigos, que vivo asediada por mi misma. Puede ser, yo no lo había notado, o quizás lo veo como algo normal porque fui así toda la vida. Que soy negativa, que jamás una buena onda, que siempre estoy tan preocupada… Un poco exageran, me parece, pero es verdad que paso todo el día con los problemas metidos en la cabeza, como medio obsesionada siempre con las mismas cosas. Por ejemplo, no consigo olvidarme  del ataque de pánico que tuve hace veinte días. No puedo dejar de pensar en eso. ¿Qué sentido tiene girar siempre sobre lo mismo? Se me cruza todo el tiempo la frase voy a estar mal, voy a estar mal, no me voy a poder recuperar, voy a estar mal. O, si no, me preocupo por mi mamá que no anda bien de salud, con el agravante de que mis hermanos me ocultan cosas, no me cuentan los detalles o las novedades, me dicen para qué te vamos a contar si te ponés mal, te enojás, decís que hacemos todo mal, que no le explicamos al médico lo que realmente está pasando…  Y a mí eso no me parece justo. Ahora resulta que yo, por querer hacer las cosas bien y no de cualquier manera como hacen mis hermanos, que son así, descuidados, soy la problemática.

Me tiene mal mi relación de pareja. Nos íbamos a ir a vivir juntos pero mi novia me dice que veremos más adelante, que estoy muy inestable, que no parezco conforme con nada, que no le da para tomar una decisión así. Está bien, le dije, qué iba a hacer, pero me paso el día torturándome con el tema, pensando las mismas palabras, me repitió para mis adentros lo que me dijeron mi novia o mi familia, mantengo diálogos imaginarios con ellos en los cuales nos decimos todo el tiempo las mismas cosas. Lo que me agota es que no se trata de que analizo cómo estamos y qué podríamos hacer para estar mejor. Solamente me gira ese torbellino: las mismas frases, las mismas caras, la misma ansiedad por lo que vaya a pasar. Y me desgasta, me deprime, me desmoraliza.

Es verdad, ando demasiado enchufado, la cabeza me bombardea todo el día con pensamientos catastróficos, no lo voy a negar. Pero habría que discutir quién tiene razón, si yo exagero o si la gente es demasiado despreocupada. Tal cual, me inquieta la seguridad (o la inseguridad, mejor dicho), pero cómo no me va a preocupar, los accidentes de tránsito están siempre latentes, ¿o no?, y en la calle en cualquier momento te asaltan o te matan. Yo de noche casi ni salgo, menos si es fuera de acá, del centro. ¿Ir a visitar amigos que viven lejos, onda suburbios del Gran Buenos Aires y más allá? De ninguna manera. Si andás con suerte te afanan nomás. Y si no, se largan esas lluvias torrenciales que hay ahora, se inunda todo en tres minutos y ahí quedaste, en calzones y sin celular, a las tres de la mañana, en medio de la Gral Paz. Te la regalo quedar varado en calles o barrios que ni conocés. Y no sólo eso, salís con el auto y dos por tres te toca ir un rato detrás de un camión o un taxi hecho percha que tira humo negro por el escape y no te queda otra que respirártelo. Habría que meterlos presos a esos tipos, yo siento que me entra esa nube de combustible quemado y ya me veo con un cáncer de pulmón, lo menos. Aguanto sin respirar, cierro las cuatro ventanillas y apago el aire acondicionado (ojo que si no lo de afuera se te mete todo por ahí) y lo trato de pasar por donde pueda. Nos van a enfermar a todos con esas cosas, el gobierno no las controla, no controlan nada en realidad, mucho menos la cantidad de ondas de todo tipo que hay en el aire: wifi, celulares, 3G, 4G, antenas en todos los edificios. Eso también es polución. En las noticias cada tanto dicen que esas radiaciones pueden ser cancerígenas, vos misma lo habrás leído, pero nadie le da bola. A mí me resulta increíble, todos y todas andan por ahí como si tal cosa y cuando yo pongo el grito en el cielo me miran como si fuera un loco sacado. Mismo tema con los alimentos o pesticidas genéticos: yo no vivo en el campo, pero me consta que los que trabajan en zonas rurales están cayendo como moscas, valga la literalidad ya que hablamos de pesticidas. Y después la de todos los días, mis hijos que llegan a casa a cualquier hora como si nada, como si en la calle no pasara nada, no se puede creer, deben pensar que viven en Estocolmo estos muchachos. Entonces, ¿yo me preocupo de más o el resto del mundo se acostumbró hasta caer en la negligencia?

No, no duermo bien, tengo el sueño muy liviano, me duermo pensando, sobre todo cuando se me metió algo en la cabeza y me queda dando vueltas. Las últimas noches me pasa así con el tema del maltrato en el trabajo. Hace diez años que trabajo en esa inmobiliaria y ya no los aguanto más, los jefes te tratan como si fueras no se qué, además de nunca reconocer el mérito y pagar una miseria a pesar de que ganan plata como para levantar en pala. Me quedo incendiándome la cabeza con eso y al día siguiente me despierto contracturado y cansado como si no hubiera dormido nada. A veces me duele la mandíbula de cómo aprieto los dientes. Me dijo el médico que eso se llama bruxismo. Genial. Lindo nombre. ¿Vos te enteraste de que me haya ofrecido alguna solución? Yo tampoco. El otro día me engancho con otro tema, me llegan dos facturas de mi celular, con vencimiento diferente cada una, pero en el mismo mes. ¿A vos te parece? Me pasé una semana como loco, veinte veces los debo haber llamado. Encima te atienden menúes interminables sin ser humano a la vista, y todo para que después me digan el señor tiene que acercarse a la oficina comercial que le quede cómoda para hacer su reclamo personalmente. ¡Ninguna oficina comercial me queda cómoda! ¡Cómo me va a quedar cómodo ir a una oficina comercial de una empresa de telefonía! Pero tenés que ir y encima comerte una espera de una hora para que te digan que la doble factura es  porque había una deuda. ¡Andá a comprobarlo! Me saqué, levanté bastante la voz, menudo escándalo les armé ahí adentro. Pero se lo merecen, aunque capaz que me pasé un poco. ¡Son unos estafadores!, me encontré gritándoles a vos en cuello. Yo trato de no ponerme tan nervioso, pero convengamos que te la ponen cuesta arriba.

Sí, reconozco, soy demasiado impaciente, estoy irritable, me pongo nervioso por nada, no puedo esperar, soy susceptible. El médico me dice tome vacaciones, salga un poco, cambie de aire. ¿Te la podés creer un médico al cual vas con un problema específico y te dice cambie de aire? ¿Qué se cree, que estamos en el siglo diecinueve? ¿Por qué no cambia él de aire? ¡Como si fuera tan sencillo, por otra parte! Para empezar hay mil cosas acá que no se las puedo dejar a nadie porque hacen todo mal. Segundo, me voy y me la paso pensando que la casa quedó sola y me van a robar, como ya les pasó a varios en mi barrio, en pocas cuadras a la redonda. Imaginate, llegás de vuelta de tu alegre “cambio de aire” y te desvalijaron. Más que de aire terminás cambiando de plasma, de computadoras y de guardarropa, porque se lo llevaron todo. Además, de sólo pensar en ponerme a planificar, sacar pasajes, buscar un hotel, dejar las cosas previstas acá para que no pase nada en mi ausencia, ya se me quema la cabeza. Mejor me ahorro todo eso y me quedo, la espalda me va a seguir doliendo igual, cambie o no de aire. ¡De médico clínico tendría que cambiar! Vos decime, ¿subirme a un avión, o a un micro en la ruta, con esos tipos que manjejan cada vez peor o toman alcohol y nadie controla? Lejos de despejarme se me quema más la cabeza de sólo pensarlo. ¿Quién puede dormir como un bebé en la sociedad en que vivimos? ¡Dichosos los ingenuos o irresponsables! Yo estoy lejos de ser así.

Me voy a enfermar, me preocupa vivir tan preocupada, aunque parezca una redundancia. Te diría que desde hace tiempo es lo que más me preocupa. ¿Cuánto puedo aguantar así, haciéndome problema por el trabajo, por los chicos, por la falta de tiempo para descansar y reponerme? Me voy a enfermar, no queda otra, soy firme candidata a un infarto o algo peor, cosas que prefiero no nombrar, vos entendés a qué me refiero, pero no puedo dejar el trabajo ni restarle horas, soy la que banca la casa, mi marido parece un chico más, no le importa nada, me dice siempre nos arreglamos, no va a pasar nada gordita, aflojá con la locura. Un irresponsable. Yo siempre lo mismo, me busco a los irresponsables y termino haciéndome cargo de sus cosas. Parece un chiste, es lo mismo que pasaba en casa con mi viejo. Creer o reventar, me busqué uno igualito. Es agotador, te juro. Si por algo acepté hacer una consulta fue porque no doy más. Ni idea de cómo van a hacer para ayudarme, me tendrían que conseguir un marido como la gente o un millón de dólares (que hoy por hoy no sabría decirte cuánto te pueden durar, al precio que están las cosas), pero en principio voy. Incluso si me indican tomar algún ansiolítico estaría dispuesta, con tal de dormir mejor.

Lo acepto, a veces los demás tienen razón, no puede ser que haya entrado tan angustiada a retirar el resultado de la video-colonoscopía, convencida de que iba a estar todo mal, cuando no tengo ningún antecedente y me lo hice por rutina, por prevención. Tuve que hacer un esfuerzo por no largarme a llorar cuando vi la cara de la secretaria que me entregó el sobre. Seria. Ni me miró, casi. Como que evitaba mirarme a los ojos. ¡Y después estaba todo bien! Entiendo que no es muy lógico sentirse casi todo el tiempo con la posibilidad inminente de tener algo grave, ¿pero quién me garantiza que no tengo nada malo? ¿O que lo vaya a tener? No sé por qué me pasa eso, pero cuando se me mete una de esas preocupaciones en la cabeza (¡no hay día que no se me cruce!) es como si ya fuera así, que sólo faltara confirmarlo. Al final, de tanto pensarlo me lo voy a provocar. ¿Eso puede ocurrir, Doctor? ¿Ah…, no? ¿Está seguro? Mire, yo soy así por culpa de mi madre, le juro, ella era igual que yo. Me transmitió todos sus miedos.

¿Quién me puede asegurar que no me voy a enfermar? La cabeza me duele, el dolor en la nuca lo tengo. No me voy a quedar tranquilo hasta no hacerme una nueva resonancia magnética. Sí doctor, hasta cierto punto acuerdo en que resulta raro que siempre me persiga con tener un tumor o sufrir un ACV (accidente cerebro-vascular) y no con otras cosas. Ni se me ocurre pensar en el corazón, y eso que en mi familia hay varios que sufren de eso, ni me asusto con la gripe ni con ninguno de esos inventos nuevos. Lo mío es el tumor en la cabeza, el convencimiento de que está ahí y que en algún momento va a estallar, y a la menor sensación de mareo, de visión borrosa, por ejemplo, me invade una oleada de miedo que parece que el corazón se me sale. Pero eso se debe a que a mí lo que me duele es la cabeza. ¿Usted dice que también desde hace tiempo me duele la espalda y no por eso sospecho un cáncer óseo? Ahí tiene razón, no lo había pensado…

¿Cómo me doy cuenta de si mi estado de preocupación ya se está tornando… preocupante?
Nunca es fácil diagnosticarse a uno mismo, ni siquiera para quienes nos dedicamos a eso (más bien todo lo contario, médic@s y psicólog@s solemos ser pésimos diagnosticadores de nosotros mismos). Pero, aun así, algunas pistas podríamos encontrar. Veamos la siguiente lista de síntomas:

  • ¿Llevás más de seis meses en un estado que podríamos definir como de expectación aprensiva (ansiedad vaga e imprecisa acerca de diferentes eventos futuros)?
  • ¿Esa preocupación o ansiedad abarca una amplia gama de cuestiones de tu vida cotidiana?
  • ¿Te resulta difícil descansar la cabeza al menos un rato, dejar las preocupaciones de lado?
  • Más allá de que consideres tu estado de preocupación como pertinente, ¿afecta tu calidad de vida? ¿Es como una mochila pesada que cargás a diario? ¿Te sentís con frecuencia muy cansado/a o impaciente? ¿Te cuesta concentrarte, te encontrás pensando más de una cosa a la vez, te irritás con facilidad? ¿Dormís mal, te despertás tan cansada o cansado como te acostaste, apretás los dientes durante el sueño, sufrís tensión muscular o contracturas?
  • ¿Evitás con frecuencia participar de determinadas actividades por considerar que te van a generar preocupación o ansiedad?
  • ¿Te lleva mucho tiempo tomar decisiones debido a no estar muy segura/o acerca del camino a tomar, o para no tener que enfrentar la cuestión de turno?
  • ¿Te resulta difícil delegar responsabilidades? ¿Encontrás siempre razones para no hacerlo?
  • ¿Buscás reaseguros para calmar la ansiedad y la preocupación, como por ejemplo llevar ansiolíticos en el bolsillo o en la cartera, chequear puertas, escritos, cosas dichas en conversaciones de importancia, etc.?

Si tu respuesta es afirmativa para las primeras tres preguntas y para varias de las siguientes, si eso te viene sucediendo desde hace por lo menos unos seis meses (lo cual no quita que quizás lleves años así) y tu estado de ánimo te pone la vida cuesta arriba o perturba a quienes te rodean, es bastante probable que estés atrapada o atrapado en un circuito de ansiedad y preocupación excesivas.
Un libro como el que tenés ahora mismo frente a tus ojos te acerca información muy útil como orientación y guía. Es un modo de contar con más elementos para entender lo que nos pasa, pero no sustituye una buena consulta con un profesional. Más bien la propone o facilita mediante los elementos de juicio que brinda. Por lo general, son síntomas tales como el insomnio, el cansancio o las contracturas musculares los que nos hacen sonar la alarma y nos llevan a la consulta. Es por eso que la mayoría de las veces buscamos en primer lugar la ayuda del médico clínico quien, con su buen ojo y experiencia, podrá darse cuenta por dónde pasa la cosa, sobre todo si nos conoce desde hace tiempo.

Caso Clínico N° 6
Rutas argentinas

Mi mujer otra vez está con que quiere ir en al auto a Mar del Plata el fin de semana largo. Yo para nada quisiera, pero no sé si me voy a poder negar otra vez. Con el tema de la nafta, por ejemplo, ¿qué pasa si hay paro de estaciones de servicio todo el fin de semana? ¿Cómo vuelvo? ¿Y si quedo varado por ahí? ¿O si tengo que volver en la semana a buscar el auto, qué me van a decir en la oficina? La última vez me llevé dos bidones en el asiento de atrás, pero eso tampoco me deja muy tranquilo. No es solo el tema de la nafta, además, ¿y si se me rompe el auto en la ruta o estando allá, en Mar del Plata? ¿Te imaginás qué amargura? Buscar un mecánico, llamar un remolque, encima se aprovechan y te cobran cualquier cosa… Mi auto ya tiene unos añitos, además. Es verdad que casi no lo uso, tiene pocos kilómetros, pero sus años los tiene.

—Pero el auto me dijiste que está muy bien, ¿o no?
—Sí, no tiene un solo problema, lo tengo bien cuidado, pero nunca se sabe, un desperfecto en la ruta te mata. Mi esposa ni piensa en estas cosas porque, claro, pasa algo así y el que se va a ocupar soy yo. Ya me veo yendo de acá para allá, renegando con los arreglos mientras mi mujer se lo pasa tranquila. Por eso no se preocupa, ni se le ocurre no ir con el auto. Por otra parte, nunca me quedo tranquilo dejando el departamento sin nadie tantos días. Llega a pasar algo y ni te enterás. Puede romperse un caño o capaz que nos entran a robar y dejan todo abierto.
—Bueno, pero también podría no pasar nada de todo eso…, no son cosas que les estén ocurriendo a diario ni mucho menos.
—Sí, ¿pero quién te lo garantiza?

Nadie. Nada ni nadie nos puede garantizar el 100% de ninguna cosa. ¿Qué hacemos entonces? ¿Nos quedamos encerrados en nuestros dormitorios? ¿Nos volvemos locos? ¿No vamos más a ningún lado? Mejor nos enteramos un poco de qué se trata eso que te pasa. Pasemos al capítulo próximo, adentrémonos en las fuentes de la preocupación excesiva, los pensamientos catastróficos y la ansiedad generalizada.

¿Qué es la preocupación excesiva?

Llamamos así a un estado de gran ansiedad caracterizado por el fluir casi permanente de pensamientos negativos y estrategias defensivas relacionadas con situaciones futuras potencialmente conflictivas o de riesgo. La preocupación se adueña de nuestro pensamiento y de nuestro ánimo, pero aun así no nos damos cuenta de que su intensidad y el desgaste que nos produce resultan desproporcionados con relación a la potencial importancia del evento temido y al grado de probabilidad objetiva de que en verdad ocurra. Tal estado de agobio, damos fe, suele dispararse por circunstancias menores y cotidianas como entrevistas de rutina con el médico, exámenes en el colegio o facultad o desperfectos en la casa. También recrudece cuando tenemos que concurrir a una fiesta con demasiada gente, cuando le hemos visto mala cara a nuestro jefe o cuando nos vemos obligados a variar un plan preestablecido.
En otras ocasiones la inquietud se vincula a situaciones de mayor peso, por ejemplo, problemas de salud, inestabilidad laboral o enfermedad de un ser querido. Aun en estos casos la preocupación resulta inadecuada. Exageramos no solo la probabilidad de que se materialicen las dificultades temidas sino también su potencial gravedad.
Como si todo lo anterior fuera poco, una característica distintiva de quienes padecemos este tipo de inquietudes es que consideramos adecuado nuestro estado de preocupación. Es más, nos sorprende que los demás no se tomen las cosas del mismo modo. ¿Cómo pueden ser tan irresponsables e imprudentes? Aun cuando nos justificamos, nos damos cuenta de que el circuito imparable de pensamientos negativos que nos gobierna no es gratuito. Sucede que otra característica de la preocupación excesiva es su carácter fuertemente intrusivo. ¿Qué queremos decir con esto? Que no encontramos la manera de moderarla, de ponerle freno. Si bien no es una preocupación de la cual tengamos intención de deshacernos (ya que consideramos que ahí existe un problema digno de tal estado de atención), a veces nos gustaría descansar un rato. Es entonces cuando se hace más patente que las ideas o pensamientos automáticos nos asaltan a nuestro pesar, casi de manera autónoma, que no nos permiten relajarnos un poco, olvidarlas por un rato. No, de ningún modo, apenas nos distraemos se presentan otra vez y nos sumergen en esa maquinaria alimentada por dudas, anticipación, dramatización y zozobra, combustibles lamentablemente no perecederos. Pero bueno, por lo menos en ese sentido la preocupación excesiva es ecológica. Si funcionara a base de electricidad, gas o nafta, provocaríamos, entre todos, un colapso energético planetario. Pero no, funciona con nuestra vitalidad, o con lo que nos va quedando de ella. El colapso no lo sufren nuestras altruistas corporaciones transnacionales de suministro de gas y electricidad, lo sufrimos nosotros. Deberíamos conectarnos a energía solar, al menos. La preocupación excesiva no para, nos agota, se vuelve obsesiva, se adueña de nuestra actividad mental. ¡Y aun así no dejamos de considerarla justificada! Nos damos cuenta de que nos hace mal, ya hace rato no dormimos bien, nos volvimos irritables. El problema es que la creemos necesaria. Estamos convencidos de su concordancia con la amenaza supuesta o con la gravedad del problema existente. Ese acuerdo sin condiciones entre nosotros y nuestra preocupación deberá ser puesto en cuestión si pretendemos vivir un poco más tranquilos. Pero el asunto es por demás peliagudo: ¿cómo convencernos de que nos preocupamos en exceso? ¿Quién nos ayuda a comprender que nuestros temores no provienen de la peligrosidad de la circunstancia en sí, sino de nuestras propias inseguridades para afrontar las situaciones de incertidumbre, lo imprevisible del devenir? ¿Cómo persuadirnos de que, aun bajo nuestro hipotético control, no todo lo posible, lo potencialmente existente, presenta probabilidad cierta de ocurrir?
Para avanzar en una comprensión más acabada y tangible del pensamiento negativo, pesimista y anticipatorio, pasemos a la siguiente pregunta.

¿La alarma, los pensamientos catastróficos y la excesiva prevención llevan a sospechar amenazas o peligros inexistentes?

En efecto, se vive en una sensación de inseguridad que genera, a modo de sistema defensivo, una fuerte tendencia al monitoreo de amenazas o complicaciones, aun cuando no existan señales evidentes de las mismas. Esto refleja una gran dificultad para discriminar las situaciones que en verdad podrían resultar inciertas o problemáticas. El motivo de agobio puede ser cualquiera: temor de llegar tarde o no poder asistir a una cita importante (aunque la reunión sea recién en dos semanas) o la posibilidad de que deje de funcionar la heladera u otro artefacto importante de la casa.
Veamos un ejemplo tomado de la consulta:

Ahí está otra vez ese ruido extraño del lavarropas. Ya son varias veces que lo escucho, algo debe estar pasando, es como del motor…. Ya me lo imaginaba, lo más probable es que no tenga arreglo, si hace ya siete años que lo tengo. No es el mejor momento, la verdad, para ponerme en ese gasto. Además, ni idea cuál marca comprar, no tengo de tiempo de ponerme a ver eso. Es verdad que el ruido no lo hace siempre, fueron algunas veces nada más, pero debe estar por romperse, estoy seguro de que cualquier día de estos palma. Sí, por ahora lava, pero no puedo quedarme haciendo la plancha y que después reviente de un día para el otro. O sí, puedo esperar, pero la verdad no sé, tampoco puedo estar con eso en la cabeza todo el día. Y ya estoy lidiando con los del servicio técnico. Los llamé, primero me dijeron que no me hiciera problema, que los vuelva a llamar si el ruido vuelve o si no se va, o si el lavarropas se descompone del todo. ¿Podés creer? Los mismos que lo tienen que arreglar me dicen que no le de bola a un ruido que no debería hacer. Al final insistí y me dijeron okey, a tal hora estamos por allá sin falta. Ayer tenían que venir. ¿Vos los viste? Avisame si los viste, por casa el hocico no lo asomaron. Decime un poco, ¿yo me tengo que estar despertando a la noche pensando en el lavarropas y en esos tipos del service? Con lo que me cuesta dormirme ya de por sí… Esta mañana apenas me levanté lo primero que hice fue llamar. Pedí con un supervisor para presentar la queja y no me querían dar. Terminé medio a las puteadas con el tipo que me atendió. Y encima en casa, en lugar de darme la razón a mí, me tengo que aguantar que me digan que soy imbancable, que estoy loco y que, además, de dónde saqué que ahí van a tener un supervisor, que debe ser un boliche con dos tipos que atienden el teléfono y salen a hacer los arreglos. Ese gremio es así, Teo, me dice mi mujer, tomatelo con calma. ¿Me lo podés creer? Así que el gremio se maneja de esa manera. Te toman por tonto y vos tenés que ser comprensivo, tenés que entender que ellos son así. Es una cosa increíble, o yo estoy loco o están locos los demás. ¿Vos qué decís?

Y… supervisor no creo que tengan, Teo, coincidimos, un poco, en que cualquiera se amarga y preocupa con los desperfectos en aparatos imprescindibles. Escuchamos un ruidito inusual y nos parece que algo podría andar mal. Pero Teo va a pasar toda la semana agobiado por el asunto, va a dudar si volver a llamar o no. Mejor no llamar, porque se la va hinchar la vena del cuello si lo atienden mal o si otra vez no cumplen con venir a su casa. Va a estar todo el tiempo monitoreando cómo suena el lavarropas y mirando de costado a su mujer e hijos porque a ellos ni les importa. Quizás no es que no les importe, Teo, pero es posible que no les importe tanto, que no les dé para obsesionarse… El asunto es también que ya te conocen, cuando no es una cosa es la otra. Saben que vivís preocupado.

¿Nos hemos vuelto, a causa de vivir siempre tan serios y preocupados, unos neuróticos imbancables para nuestras parejas, ex parejas amistades, hij@s, jefes y jefas, secretarias, compañer@s de trabajo, perro, etc.?

Sí.
Podríamos dejar la respuesta en la línea anterior, pero para mayor precisión, habría que formular la pregunta a las inocentes víctimas de nuestra densa atmósfera personal. Pero como nos gusta explayarnos sobre estos temas, algo diremos al respecto. Las ex parejas son las más afectadas, sobre todo si son recientes. Nadie que tenga justo aprecio por sí mismo quiere tramitar su divorcio, separación de bienes y tenencia de los hij@s con quien, además de irritable, preocupado/a de manera obsesiva y monitoread@r de potenciales peligros o amenazas, nos odia porque le hemos sido infieles, provocando así el derrumbe de la familia y de un matrimonio que funcionaba de mil maravillas.
Más allá de casos especiales como el descripto, las personas que conviven con nosotros en verdad suelen verse afectadas. Nuestra preocupación, nuestros pensamientos negativos, nuestra necesidad de minimizar las posibles incertidumbres al máximo, nos ponen a perseguir a los demás, a controlarlos y a exigirles mayores rendimientos en sus responsabilidades. Ellos, por lo general, no están de acuerdo con nuestras apreciaciones. Les parece que nos manejamos con demasiada inseguridad, confían más que nosotros en los buenos resultados de sus tareas, no piensan lo peor, no necesitan garantizar lo ingarantizable, viven más tranquilos. Son casi normales, podríamos decir. Como no nos hacen caso, o como nunca nos alcanza, o no lo van a hacer tan bien como nosotros, o se van a equivocar, o lo van a hacer a su manera y no nos parece, nosotros tomamos el mando de sus responsabilidades. Nos encargamos de lo nuestro y de lo ajeno. Nuestras responsabilidades y las de ellos, preocupación por nuestros asuntos y por los de ellos, insomnio por nuestras angustias y por las de ellos… ¿A quién puede llamar la atención entonces que estemos siempre cansados, nerviosos y de un humor que mejor no me pases cerca en el pasillo? ¡Nos ocupamos de todo, nos quedamos después de hora en la oficina todos los días, llegamos a casa y les hacemos los deberes a los chicos, en el camino hacemos las compras en el híper que abre hasta las 22, y encima quieren que andemos por la vida repartiendo sonrisas y buena voluntad! Y después andan diciendo por ahí que ellos están fenómeno, y que somos nosotros los que no sabemos vivir, que estamos todo el día enchufados a 220 y que vemos problemas donde no los hay.

— Si yo dejo de ocuparme y confío en irresponsables de tamaña catadura se viene el mundo abajo, doctor. No me venga usted también con que tengo que relajarme y tomar las cosas más light.
— Bueno, comprendo cómo se siente, pero al menos se dará usted cuenta de que pasa el día demasiado preocupado y eso lo está afectando.
— ¡Claro que me doy cuenta! ¡Y no es para menos!
— Bueno, lo seguimos en la próxima, ¿ok?