La Crisis de Pánico

Una persona va caminando tranquilamente por la calle. O manejando su auto. Quizás no va pensando en nada en particular. Repentinamente comienza a sentir palpitaciones, parece que el corazón va a saltar de su pecho…, siente un miedo intenso a morir, desesperación, necesidad de escapar. Enseguida nota que le cuesta respirar, y un mareo le hace pensar que podría desvanecerse. Queda paralizado por el miedo. No comprende lo que ocurre, pero se siente en peligro.

Llamamos crisis o ataque de pánico a la aparición repentina de miedo intenso, acompañado de algunos de los siguientes síntomas:

  • Palpitaciones, o aumento de la frecuencia cardíaca.
  • Sudoración.
  • Temblores o sacudidas musculares.
  • Sensación de ahogo o falta de aire.
  • Sensación de atragantarse.
  • Opresión en el pecho.
  • Nauseas o molestias abdominales.
  • Inestabilidad, mareo o sensación de desmayo.
  • Sensación de irrealidad o de despersonalización.
  • Miedo a perder el control o volverse loco.
  • Miedo a morir.
  • Sensación de hormigueo.
  • Escalofríos o sofocaciones.

Deben presentarse por lo menos cuatro de los síntomas típicos para diagnosticar un ataque. Además, deben irrumpir de modo brusco, alcanzando su máxima intensidad en los primeros 10 minutos aproximadamente, para luego decrecer en forma rápida.

Cuando las Crisis se repiten

“Y si me ocurre de nuevo? Y si me desmayo o me mareo en la calle y nadie me ayuda? O peor, manejando mi auto. Es mejor que ya no salga solo.”

Luego de las primeras crisis, se instalan un intenso temor a que las mismas se repitan en cualquier momento, y una preocupación constante por las consecuencias que podrían generar.

“¿No iré a tener un ataque al corazón? ¿Tendré algo en la cabeza? Me estaré volviendo loco? Tengo que ir al médico cuanto antes.”

Su comportamiento comienza a cambiar con relación a la posibilidad de tener una crisis. Comienza a adquirir una serie de conductas de reaseguro y a limitar cierto tipo de actividades cotidianas que ahora considera riesgosas.
Cuando ocurre todo lo mencionado, estamos en presencia de un Trastorno de Pánico, el cual debe ser tratado en forma oportuna por un profesional idóneo en la materia.

Las primeras consultas

La persona cree estar teniendo una enfermedad física, motivo por el cual comienza una ronda de consultas por distintas especialidades médicas, con la expectativa de encontrar una causa orgánica que explique los síntomas que padece. Visita al clínico, al cardiólogo, al neurólogo, al endocrinólogo… En cada caso se llevan a cabo distintos exámenes, análisis, radiografías, incluso tomografías computadas. La respuesta suele ser siempre la misma: “usted no tiene nada, son sus nervios”. Afortunadamente, en los últimos años la situación tiende a cambiar, siendo cada vez más los médicos capaces de sospechar el diagnóstico de Trastorno de Pánico y orientar así a sus pacientes hacia una derivación correcta.

El miedo al miedo

Si el trastorno de pánico no es tratado adecuadamente, la persona que lo sufre suele restringir cada vez más sus actividades fuera de su casa. Resulta habitual que ya desde el principio de la evolución, se evite el uso de trenes, colectivos y subtes, así como el ir solo por la calle, alejarse de su casa, o concurrir a lugares cerrados o con mucha gente, como cines, teatros, shoppings, etc. Luego puede ocurrir que resulte muy atemorizante incluso el quedarse en su casa solo, sin compañía. En casos extremos pero no excepcionales, ha habido personas que no han salido de sus hogares por meses, o incluso años.
En muchos pacientes, las crisis hace ya mucho que no ocurren, pero persiste un intenso temor de que reaparezcan: se ha instalado el miedo al miedo. Es decir, el miedo a tener miedo como consecuencia de un ataque de pánico.

Agorafobia

Llamamos Agorafobia al temor a estar en distintos lugares o situaciones en donde puede llegar a resultar difícil escapar u obtener ayuda en el caso hipotético de tener una crisis de pánico. Al principio, estas situaciones pueden ser afrontadas pagando el precio de un intenso malestar físico. Tiempo después ya se vuelve necesaria la presencia de una persona de confianza como acompañante: surge así la dependencia. Finalmente, en la mayoría de los casos, dichos lugares o situaciones llegan a ser evitados por completo.

¿Por qué?

Si bien en un principio se pensaba que las causas de este trastorno eran exclusivamente psicológicas, hoy se sabe que no es así. Se han descubierto factores neuroquímicos, así como cierta predisposición genética, que, junto con elementos emocionales y eventos estresantes, llevan a la irrupción de este cuadro.
La edad de comienzo suele situarse entre los 25 y los 35 años, si bien estos límites no son estrictos.
Aproximadamente 35 de cada 1000 personas lo sufren en algún momento de sus vidas.

¿Cómo se diagnostica? ¿Tengo que hacerme estudios?

Como dijimos antes, la persona que sufre este problema ya ha pasado por distintos médicos clínicos antes de llegar a la consulta con el psiquiatra. Incluso en muchos casos han visitado también a otros profesionales de Salud Mental que al no estar especializados en este tipo de trastornos en particular, no han logrado una gestión exitosa.

Los estudios clínicos básicos siempre son necesarios para descartar con certeza la existencia de problemas físicos. Luego de este primer paso (realizado habitualmente por el médico clínico o cardiólogo) estamos en condiciones de precisar el diagnóstico específico. El mismo se logra a través de la información que brinda el paciente acerca de sus síntomas, orientado por preguntas específicas formuladas por el especialista, y del estudio de la evolución del trastorno desde el momento en que comenzó a manifestarse. En esta etapa diagnóstica así como en la siguiente (tratamiento psicológico y/o farmacológico), en la gran mayoría de los casos no son necesarios estudios biológicos sofisticados.

¿Es verdad que la recuperación es posible? ¿Aún después de muchos años de evolución?

Absolutamente. La recuperación es la regla, en casi todos los casos. Para que esto sea así es muy importante que el tratamiento sea específico, enfocado directamente en los síntomas del trastorno. Este tratamiento es altamente efectivo, y se compone de la Terapia Cognitivo-Conductual y el Tratamiento Farmacológico correcto.

El Tratamiento

A pesar del dramatismo del Trastorno de Pánico con o sin Agorafobia, y de sus severas implicancias en la vida cotidiana de quien lo padece, el tratamiento correcto lleva a la recuperación de la vida normal. El tiempo que demanda alcanzar esta mejoría es variable, pero la gran mayoría de los pacientes comienzan a recuperarse entre los dos y cinco meses de comenzado el mismo, siempre y cuando no coexistan otros factores patológicos que compliquen el cuadro.

Se utilizan técnicas de Psicoterapia Cognitivo-Conductual, orientadas a tratar específicamente los pensamientos negativos y los circuitos generadores de ansiedad y temor, permitiendo instrumentar en forma gradual el afrontamiento de las situaciones temidas.
El tratamiento farmacológico debe ser específico para el Trastorno de Pánico, y en todos los casos debe acompañarse del Tratamiento Cognitivo Conductual para que la recuperación sea sólida y duradera. La necesidad de administrar medicación se evaluará para cada paciente en particular. Cuando la indicación es correcta permite una evolución más rápida y con menor impacto de los síntomas.

Son también de gran utilidad los Grupos de Autoayuda, ya que, a pesar de que no reemplazan al tratamiento médico-psicológico, brindan un espacio para muchos individuos que se sienten muy solos y les resulta difícil encontrar comprensión de su problema en su entorno.