Un libro de Enzo Cascardo & Pablo Resnik
Reviso mil veces si cerré bien la llave de gas, acomodo una y otra vez lo ya acomodado, me veo compelido a la simetría de las cosas, al orden perfecto, me torturo con celos locos cada dos por tres, camino sin pisar las juntas de baldosas, vuelvo atrás ganado por la duda (¿pisé la junta un poquito sin darme cuenta?) a pesar de saber que no, no la pisé, pero no estoy del todo seguro, así que allá voy de nuevo, empujado por una certeza: si no repito el acto y si no lo hago bien, alguien de mi familia se va a accidentar, enfermar o algo peor, que no pienso nombrar. No es lógico: cada vez que un perro pasa cerca me entra la duda de si me mordió. O si me rozó. O si alguna gota de su baba fue a parar a mi piel. Me fijo, miro en las zonas de cuerpo descubiertas, me levanto la remera, la pierna de los pantalones, quizás me mordió a través de la tela, busco algún rasguño sutil, uno nunca sabe. ¿Si me mordió o rasguñó sin que me diera cuenta y después resulta que tiene rabia…?
¿Cómo se hace para trabajar sin tener el mismo pensamiento rondando y aguijoneando mi cabeza y mi ánimo por horas, para no tener que cepillarme los dientes durante 20 o 30 minutos y quedar con las encías todas lastimadas, o lavarme las manos al menor contacto con cualquier cosa, hasta sumar, al final del día, 15, 30 o 100 lavados y la piel lastimada? ¿Cómo evito que la obsesión y las compulsiones se lleven la mayor parte de mis ganas, mi tiempo y mis fuerzas? ¿Alguien me dice, por favor, cómo hago para no aterrorizarme cada vez que me palpo las mamas, o para no pensar y sentir la certeza de lo maligno en cualquier irregularidad o bultito detectado en mi piel? ¿Puedo liberarme de contar de dos en dos hasta 100, y después lo mismo de cien hasta cero antes de salir de casa? ¿Y de tener que empezar otra vez al menor error o cambio de ritmo? ¿Será posible que tenga que golpetear la mesa con orden y velocidad pre-establecidos cada vez que escucho la palabra cajón, porque si no pienso que se va a morir un familiar? ¿Nunca voy a dejar de estar tan deprimido a causa de estas obsesiones y rituales, a dejar de sentir temor por cosas tan absurdas como la posibilidad de que se me ocurra empujar a alguien en la calle o clavarle un cuchillo por el simple hecho de tenerlos delante (a la persona y al cuchillo)? A veces me da miedo de volverme loco.
Capítulo I: ¿Tengo TOC?
¿Desde cuándo se conoce el TOC?
Las primeras descripciones de lo que hoy conocemos como TOC datan nada menos que del siglo IX de nuestra era, y las debemos a Abu Zayd al-Balkhi, erudito natural de Khorasan (hoy provincia iraní, fronteriza con Afganistán), antiguo Imperio Islámico. En dicha provincia y por esos lejanos días vio la luz su obra Sustento de cuerpo y alma (Masalih Al Abdan wa al-Anfus), manuscrito organizado en dos secciones: una dedicada al mantenimiento y prevención de la salud física y otra a las enfermedades de la mente.
Allí, en plena Edad de Oro del Islam, período de gran productividad intelectual y promoción del saber, los síntomas obsesivo-compulsivos estaban, según parece, lo suficientemente presentes como para que un agudo observador lograra identificarlos y discriminarlos de otros estados mentales llamativos, mejor conocidos y descriptos desde antiguo, como la melancolía. Aquellos que adjudican las causas de la ansiedad y estrés actuales a las destemplanzas de la vida moderna quizás se sientan sorprendidos: ¿TOC y ansiedad en medio oriente, en el siglo IX? Pues sí. En aquellas zonas desérticas sin grandes densidades de población, entre tiendas multicolores y camellos de lo más amables, sin cortes de luz ni necesidad de viajar apretados en colectivo (¡no existía!) para ir a trabajar, los síntomas de la esfera anímica y mental se paseaban a su aire. Vivitos y coleando.
¡Y eso que estábamos en un buen momento! La Edad de Oro del Islam, también llamada Renacimiento Islámico, se caracterizó, entre otras cuestiones, por la ambiciosa intención de transcribir todo el saber proveniente de la antigua Grecia, Egipto, diferentes regiones de Eurasia y alrededores al idioma árabe. Uno de aquellos tenaces trabajadores de lo académico fue nuestro brillante nuevo amigo Abu Zayd al-Balkhi, quien en su afán por reunir toda la información existente en obras médicas y filosóficas y realizar además nuevos aportes, clasificó los desórdenes mentales de acuerdo con sus síntomas constituyentes en cuatro categorías: Ira (al-ghadab), Tristeza y Depresión (al-Jaza’), Miedos y Fobias (al-faza’) y Desórdenes Obsesivos (wasawes al-sadr). ¿Qué tal? ¡Todo un moderno manual diagnóstico, sólo que escrito a mano y sobre un pergamino!
Describió las obsesiones como pensamientos intrusivos, molestos y atemorizantes, no reales, que el sujeto volvía a recordar todo el tiempo con recelo de que lo temido ocurriera, lo cual le impedía llevar una vida normal. Al-Balkhi nos hace saber, además, que los afectados intentan resistirse a estos pensamientos y, si bien a veces lo consiguen mediante hábiles maniobras distractivas, las obsesiones terminan retornando una y otra vez.
No conforme con tan precisa descripción, nuestro ahora ya admirado Abu Zayd al-Balkhi aborda dos cuestiones a tener en cuenta en la terapéutica del desorden:
a) las barreras que dificultan la búsqueda de tratamiento (creencias religiosas y culturales acerca de las obsesiones, escasa esperanza de encontrar un tratamiento eficaz y actitudes personales en relación con la búsqueda de ayuda);
b) las intervenciones terapéuticas más adecuadas para su manejo.
Abu Zayd albergaba dos principales hipótesis en aras de explicar las causas del desorden obsesivo: se trataba de algún tipo de afección demoníaca o, en su defecto, de un típico caso de bilis negra, en consonancia con las teorías humorales de las enfermedades, en boga desde la época de Hipócrates. Fueran demonios u oscuros humores los responsables, el estudioso persa no se amedrentó. Lejos de ello, propuso consistentes y terrenales intervenciones terapéuticas. Los afectados debían resistir sus pensamientos obsesivos, oponerles pensamientos positivos y buscar tratamientos que actuaran sobre sus mentes (aquí Abu Zayd al-Balkhi apunta a un enfoque revolucionario para la época, la posibilidad de actuar sobre lo psíquico con acciones sobre la mente misma, y no mediante manipulación del cuerpo, como era usual).
Es por estas ideas y propuestas de tratamiento psicológico que muchos estudiosos consideran a al-Balkhi, aun en este occidente nuestro, tan propenso a no reconocer los aportes científicos del antiguo oriente, como el primer teórico cognitivo conductual de la historia.
El TOC constituye una enfermedad real. ¿Por qué lo aclaramos? Porque es común creer que obsesiones y compulsiones se deben a caprichos o extravagancias de quien las padece. “Tiene manías” suele decirse, “eso lo hace porque quiere”. Nada más alejado de la verdad. A tal punto que la posibilidad de tener TOC depende en buena medida del legado genético de nuestros padres, abuelos y más lejanos ancestros. De acuerdo con numerosas investigaciones científicas parece quedar claro que no tiene TOC quien quiere sino quien puede. Resulta mucho más factible en quienes portan las particularidades genéticas necesarias para que, en algún momento de la vida, se manifieste. ¿Esto significa que inevitablemente obedece a causas genéticas? ¿No puede obtenerse por cuestiones ligadas a imitación o crianza, sin factores biológicos predisponentes? Ya abordaremos esos interesantes puntos más adelante, en otras secciones del libro.
Cuando hablamos de Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) no hacemos referencia a esa preocupación intensa, por más excesiva o persistente que fuera, relacionada con los problemas de la vida comunes a todos, que cada tanto se nos cruzan por el camino. Muy por el contrario, al TOC lo caracteriza un fenómeno particular y desgastante para quien lo padece: la presencia frecuente y sistemática de obsesiones o rituales compulsivos y, con mayor frecuencia, ambos elementos a la vez.
Las obsesiones son ideas, pensamientos o imágenes intrusivas, repetitivas e inadecuadas, que aparecen de golpe en tu mente, suscitando gran ansiedad e incomodidad. Las compulsiones, por otra parte, son acciones motoras (lavarse las manos, acomodar cosas, verificar cerraduras o llaves de gas, golpetear la mesa un número determinado de veces…) o mentales (repetir determinadas frases, repasar conversaciones, memorizar, enumerar…), que uno se ve obligado a realizar con el objetivo de calmar la ansiedad provocada por las obsesiones. En otras palabras, la persona que sufre obsesiones intenta controlarlas o suprimirlas mediante actos compulsivos denominados rituales o compulsiones.
Estas obsesiones y compulsiones no reflejan tu modo de pensar o sentir, por lo que las percibís ajenas y absurdas (¿cómo puede ser que me aparezca este pensamiento que no tiene nada que ver conmigo?). Sin embargo, a diferencia de otras patologías más severas (como por ejemplo algunas psicosis) las personas con TOC reconocen tales pensamientos como producto de su propia mente, aunque no entiendan el cómo ni el porqué. Como hemos dicho, las obsesiones no se identifican con las preocupaciones normales de cualquier persona que no padezca TOC, sino que responden a determinadas temáticas, muy típicas, como el temor de contagiarse una enfermedad o contaminarse con algún producto tóxico, la necesidad de determinado orden y simetría en los objetos, preocupaciones exageradas acerca de cuestiones morales, de la sexualidad y de la posibilidad de hacer daño a sí mismos o a terceros. Debido a su carácter no deseado e intrusivo, sentimos gran ansiedad y urgencia por suprimirlas o, al menos, controlarlas. Para ello echamos mano a rituales y compulsiones que nos alivian y pasan, de ese modo, a instalarse y a formar parte del conjunto sintomático.
Otra característica importante del TOC es el tiempo que obsesiones y compulsiones ocupan a diario. Se acepta que para confirmar el diagnóstico la actividad obsesivo-compulsiva debe ocupar al menos una hora por día, además de producir un elevado nivel de estrés.
Por otra parte, y en contraposición con la mayoría de los afectados, algunas personas con TOC no consideran que sus obsesiones y compulsiones sean inadecuadas ni ajenas a su modo de pensar o sentir. Pero ese interesante punto lo desarrollaremos más adelante, en otras secciones del presente libro.