Imaginemos a una persona que va caminando tranquilamente por la calle, sin pensar en nada en particular. De repente comienza a sentir palpitaciones, parece que el corazón le va a saltar del pecho…, siente un miedo intenso a morir, desesperación, necesidad de escapar. Enseguida nota que le cuesta respirar, y un mareo le hace pensar que podría desmayarse. Queda paralizada por el miedo. No entiende lo que le pasa pero se siente en peligro.

Llamamos crisis o ataque de pánico a la aparición repentina de miedo intenso, acompañado de algunos de los siguientes síntomas que alcanzan su máxima intensidad en los primeros 10 minutos aproximadamente, para luego decrecer en forma rápida:

  1. Palpitaciones o aumento de la frecuencia cardíaca.
  2. Sudoración.
  3. Temblores o sacudidas musculares.
  4. Sensación de ahogo o falta de aire.
  5. Sensación de atragantarse.
  6. Opresión en el pecho.
  7. Nauseas o molestias abdominales.
  8. Inestabilidad, mareo o sensación de desmayo.
  9. Sensación de irrealidad o de despersonalización.
  10. Miedo a perder el control o volverse loco.
  11. Miedo a morir.
  12. Sensación de hormigueo.
  13. Escalofríos o sofocaciones.

Estas manifestaciones no son otra cosa que la consecuencia de la puesta en marcha de la reacción de lucha/huida,  sólo que, en este caso, la reacción de miedo se dispara sin causa aparente, por lo que genera intensa incertidumbre y temor por la salud física y mental.

 ¿Voy a tener un infarto…?…¿Estaré volviéndome loco…?

Seguro no te harías estas preguntas si luego de darte un gran susto (por ejemplo, luego de haberte salvado, mediante una frenada violenta, de chocar con tu auto), tu corazón comenzara a latir a gran velocidad o sintieras que todo te da vueltas. Lo interpretarías como una consecuencia normal de la situación vivida y sólo te tomarías un respiro a la espera de que los síntomas se fueran, antes de poner en marcha el auto otra vez.

Muy distinto es cuando esas sensaciones se presentan sin previo aviso y sin causa aparente, como cuando uno se encuentra, por ejemplo, muy tranquilo mirando la televisión en su casa o de paseo por el shopping.

Sin embargo, tanto en un caso como en el otro, la reacción del organismo corresponde a una respuesta de defensa y, por lo tanto, no es peligrosa en sí misma.

Pero alguien, con mucha razón, podría decirme: ¿defensa de qué, si yo estaba lo más tranquilo?

La respuesta es: el ataque de pánico constituye una reacción de defensa que se dispara de manera errónea, cuando no debería. Es un poco como las alarmas mal calibradas de los autos que se activan cuando pasa un colectivo cerca o cuando alguien se apoya en ellos.

Nuestro trabajo, y el tuyo, será que la alarma deje de funcionar a cada rato y vuelva a hacerlo sólo cuando sea de verdad necesario.

¿Es peligroso para mi salud tener estas crisis?

Las crisis de pánico, más allá del miedo y la sensación de peligro inminente, no suponen, en sí mismas, un peligro real.

Como hemos dicho más arriba, estas crisis son la expresión de la reacción de lucha/huida, un mecanismo de defensa que, como tal, no puede resultar peligroso para nuestra integridad física.

Para entenderlo mejor, veamos la función de un mecanismo de defensa en, por ejemplo, los osos polares. Estos mamíferos han desarrollado, a lo largo de su evolución como especie, un pelaje espeso que les ha permitido, y les permite, sobrevivir en las duras condiciones de temperatura del Polo Norte. La alta densidad de su pelaje es, entonces, un mecanismo de defensa exitoso contra el frío, que lograron desarrollar a través de su evolución. Pero supongamos que ese pelaje hubiera comenzado a volverse más y más largo y, de ese modo, les provocara dificultades para moverse con comodidad o con la agilidad necesaria para obtener su alimento. En ese caso el mecanismo de defensa dejaría de serlo, para transformarse, muy por el contrario, en una característica incompatible con la subsistencia. Y si esto ocurriera, el oso polar se extinguiría. Volviendo al tema que nos ocupa, si las crisis de pánico (mecanismo de defensa) fueran peligrosas para nuestra vida, debería haber ocurrido una de las siguientes dos posibilidades: A) nuestra especie hubiera dejado, ya hace tiempo, de existir; B) hubiéramos suprimido, siempre a través de la evolución, ese mecanismo de defensa, para desarrollar algún otro, más eficaz y compatible con la vida.

¿Realmente, no es riesgoso que mi corazón se acelere tanto?

Si ya pasaste por varias crisis de pánico (lo cual es bastante probable, de lo contrario no estarías leyendo este capítulo con tanta atención) habrás podido comprobar (y de esto estamos por completo seguros, de lo contrario no estarías con este libro, ni con ningún otro, en las manos) que tus temores acerca de la posibilidad de morir de una crisis cardíaca son infundados.

Como mencionamos antes, muchas personas interpretan de modo erróneo los síntomas de la respuesta de lucha/huida y creen que la misma puede, en alguna oportunidad y a fuerza de repetirse, provocarles la muerte. Esto se debe a que carecen de suficientes conocimientos acerca de las características de los ataques cardíacos, que son fácilmente distinguibles de las de una crisis de pánico. Además, por lo general, un examen cardiológico de rutina permite confirmar la ausencia de enfermedad, ya intuida por el psiquiatra al entrevistar al paciente.

En un corazón sano, los cambios de ritmo e intensidad causados por la  adaptación a modificaciones en el medio ambiente no sólo no revisten peligro, sino que son necesarios. El corazón está preparado para este tipo de exigencias.

Su estructura le permite presentar cambios de ritmo e intensidad de contracción de acuerdo con las necesidades del nuestro cuerpo en diferentes situaciones. Recordemos que su actividad se incrementa en diversos eventos de la vida cotidiana tales como: ejercicio, variaciones de presión ambiental, cambios bruscos de posición, subir una escalera, correr el colectivo, asustarse o alarmarse, etc. También presenta un ritmo acelerado en algunas enfermedades, como por ejemplo en las anemias crónicas, en las cuales debe latir durante años a un ritmo mayor, para compensar con éxito la menor cantidad de glóbulos rojos existente.

Ahora bien, en personas cuyo corazón presenta algún tipo de problema o enfermedad, las crisis de pánico, como cualquier otro cambio importante en las condiciones de funcionamiento del organismo, podrían, eventualmente, suponer un riesgo. Por suerte, la mayor parte de los pacientes que sufren crisis de pánico son jóvenes y saludables, en lo que a su organismo se refiere. Por otra parte, la mayoría de las personas que nos consultan llegan con una buena batería de estudios ya realizados (en el caso de que no sea así, los solicitamos nosotros, ya en la primera entrevista), que nos dejan tranquilos en cuanto al estado de salud de su corazón, para que de ese modo podamos enfocarnos sin distracciones en nuestra tarea específica: superar el temor, controlar las crisis, y volver, de manera paulatina, a disfrutar de una vida normal.

¿Es lógico que me asuste cuando los latidos son tan intensos?

 Y…, sí. ¿Cómo no nos vamos a asustar frente a eso, sobre todo cuando no sabemos por qué ocurren?

Sin embargo, en el caso del ataque de pánico, no debería alarmarnos la percepción de latidos más frecuentes e intensos: el corazón sólo está realizando su trabajo.

Al latir con mayor intensidad y frecuencia la sangre circula más rápido y es desviada de los lugares donde, en esa emergencia, no es tan necesaria, como la piel o los órganos abdominales hacia territorios donde es más necesaria como defensa, preferentemente, como ya apuntamos, los grandes músculos. Como vemos, no es casual que una persona corra mucho más rápido cuando tiene miedo. Durante el miedo, como resultado de la redistribución circulatoria, la piel se ve pálida y se siente fría, para que los músculos puedan recibir un mayor aporte de oxígeno y energía. Por otra parte, y por idéntica razón, la reducción momentánea de flujo sanguíneo a nivel cerebral puede verse reflejada en mareos, visión borrosa y sensación de inestabilidad.

Estos cambios se producen para optimizar nuestra reacción frente a un peligro. Constituyen un mecanismo de defensa y, por lo tanto, no pueden ser dañinos para el organismo, aunque las desagradables sensaciones que provocan nos hagan creer lo contrario.

Dr. Enzo Cascardo – Dr. Pablo Resnik

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