Lic. M. Verónica Tamburelli

 

El miedo es tan viejo como el mundo, al igual que las fobias. La palabra fobia procede del griego fobos y significa miedo o terror. Pero es importante diferenciar el miedo de las fobias; el miedo es una emoción adaptativa, la cual, por ejemplo, nos alerta frente a situaciones peligrosas, ayudándonos a ser cautos y a protegernos; a la fobia podríamos describirla como la manifestación patológica del miedo. Pero… ¿cuándo decimos que alguien sufre una fobia? Cuando experimenta un miedo excesivo e irracional frente a un objeto o situación; la persona reconoce que su temor es exagerado pero no lo puede manejar.

Otro punto fundamental para definir la existencia de una fobia es la conducta evitativa que asume quien la sufre. Intenta no exponerse al objeto o situación temida y si se ve obligado a enfrentarlo, lo hace con un alto grado de malestar. Suelen experimentarse palpitaciones, temblores, falta de aire, etc. Es posible, incluso, que se presente un ataque de pánico.

Para diagnosticar una fobia hay que tener en cuenta el contexto. Por ejemplo: una persona que vive en la ciudad y siente un terror intenso frente a las serpientes, se desenvuelve sin problemas; sólo experimenta ansiedad en caso de concurrir a algún lugar donde pueda encontrarse próxima al mencionado reptil (zoológico, campo, selva, sierras, etc) En este caso no diagnosticamos una fobia, porque el estímulo de la serpiente resultante irrelevante para su vida cotidiana. Distinta es la situación de alguien que vive en las sierras de Córdoba, por ejemplo, y también experimenta terror frente a las serpientes; pero éste sí interfiere con su rutina, generando ansiedad anticipatoria, cada vez que sale a la calle o visita ciertos lugares en los que la probabilidad de encontrarse con un ofidio no es tan lejana. En un caso así podemos decir que está padeciendo una fobia, ya que el miedo interfiere y limita su vida.

Las clasificaciones antiguas indicaban a cada fobia con un nombre. Por ejemplo: “hidrofobia” (fobia al agua), “aerofobia” o “aviofobia” (fobia a volar), “claustrofobia” (temor a los encierros o lugares pequeños) y acrofobia (fobia a las alturas) entre las más conocidas. Pero encontramos otras, como la “belenofobia” o fobia a las agujas, “amicofobia” o fobia a ser arañado por una animal, etc., que nos resultan muy extrañas, pero, sin embargo, existen.

Actualmente las clasificaciones apuntan a describir tres grandes tipos de fobias; la fobia social, la agorafobia, y las fobias especificas.

A partir de 1994 se define a la fobia específica como un temor acusado y persistente, desencadenado por la presencia (o anticipación de la presencia) de un objeto o situación específicos. La persona reconoce que el miedo es excesivo o poco razonable; el mismo se encuentra asociado con malestar o deterioro funcional y, normalmente, se acompaña por una inmediata respuesta de ansiedad, con la consecuente evitación del objeto o situación.

En algunas personas la evitación es mínima, aunque la exposición a la situación les produce altos niveles de ansiedad.

La clasificación actual incluye cinco tipos principales de fobias específicas:

  • A los animales: pueden referirse a cualquier animal, aunque los más frecuentemente temidos son: serpientes, arañas, cucarachas, perros, pájaros, ratones, insectos y gatos. Éste tipo de fobia suele comenzar en la infancia, y la edad de aparición suele ser más temprana que en las otras fobias. .
  • Al ambiente natural: incluye miedos a las tormentas, al agua y a las alturas. Estos temores son muy frecuentes; de hecho, entre los hombres, el temor a las alturas es la fobia específica más frecuente. Los miedos al ambiente natural suelen comenzar en la infancia, aunque existen evidencias de que la fobia a las alturas aparece más tarde que otras fobias de este tipo. Ciertos estudios han encontrado que las fobias a las tormentas y al agua son más frecuentes en las mujeres.
  • A la sangre-inyecciones-sufrir daño físico: incluye el temor a ver sangre, recibir inyecciones, observar o sufrir procedimientos quirúrgicos y otras situaciones médicas. Suelen comenzar en la infancia o principio de la adolescencia. A diferencia de otras fobias, se encuentra asociada a una respuesta fisiológica bifásica durante la exposición a las situaciones temidas. Esta respuesta comienza con un aumento de la activación, seguido por una brusca caída de la tasa cardiaca y de la presión sanguínea, que en ocasiones provoca desmayos. Estos se producen únicamente en este tipo de fobia.
  • Tipo situacional: incluyen fobias a determinadas situaciones, como por ejemplo a los ascensores, aviones, lugares cerrados, conducir, etc. Suelen comenzar a partir de los veinte años, si bien pueden presentarse antes.

Finalmente, se reserva un lugar para “Otros tipos” de fobias, que no clasifican en los apartados descriptos. Ejemplos: temor a los globos, a los botones, a vomitar, a asfixiarse y otros.

La mujeres padecen de fobias específicas con mayor frecuencia que los hombres (relación 3:1). El diagnóstico de esta patología es el más frecuente dentro de los trastornos de ansiedad (la sufre el 11,3% de la población). De modo paradójico, quienes lo sufren no suelen consultar y los que lo hacen son los casos más severos. Sin embargo, con relación a ésta problemática podemos ofrecer buenas noticias: las fobias específicas son los trastornos de ansiedad que mejor y más velozmente responden al tratamiento.

La terapia psicológica más eficaz para esta patología es del tipo conductual. Se trabaja principalmente con la técnica de “exposición en vivo”, en la que el terapeuta acompaña al paciente, luego de un cuidadoso trabajo de preparación, a acercarse gradualmente al objeto o situación causante de su fobia. El objetivo es lograr que el paciente tolere la ansiedad en presencia del elemento fobígeno, para luego poder habituarse a ella. De ese modo se consigue, luego de varios afrontamientos, que el temor desaparezca..

También se trabaja con otras técnicas conductuales y cognitivas: entrenamiento en relajación, respiración, visualización, auto instrucciones.

Para superar las fobias específicas se necesita:

  • motivación y compromiso del paciente para cumplir adecuadamente el tratamiento
  • una terapia cognitivo conductual específica
  • una muy buena relación con el terapeuta