Los terapeutas cognitivo-conductuales (especialmente, los que nos hemos formado en terapia conductual más dura) amamos las técnicas de exposición.

Muchos de mis pacientes saben perfectamente de qué hablo, por haber sido protagonistas del cambio que lograron gracias a los benditos ejercicios de exposición, ejercicios de afrontamiento o, simplemente, “afrontamientos”.

Los ejercicios de exposición surgen después de una minuciosa evaluación del paciente. Son diseñados por el terapeuta siempre (pero siempre) con el consentimiento del paciente, y son hechos “a medida” de los miedos que éste necesita trabajar. (Siempre digo que, aquí, es donde pone a prueba la creatividad del terapeuta…)

Básicamente, consisten en el afrontamiento planificado, sistemático, gradual y sostenido a los estímulos temidos. Estos estímulos pueden ser externos (objetos, actividades, situaciones, etc.) o internos (pensamientos, sensaciones físicas, etc.) El objetivo de la terapia de exposición es reducir la reacción de miedo del paciente frente a dichos estímulos de manera progresiva, comenzando por aquellas situaciones y objetos que le provocan menos ansiedad hasta llegar a los estímulos más temidos. Para eso, se utilizan situaciones u objetos “en vivo” o imaginados por el paciente. Es una técnica que tiene algunas variantes, y se utiliza para el tratamiento de los trastornos de ansiedad.

A los psicólogos “TCC”, esta técnica nos encanta por el simple hecho de que hemos comprobado, una y mil veces, que funciona.

Los pacientes, la odian. O, al menos, odian la idea… al principio.

“No entiendo. Vos me decís que si yo dejo de evitar lo que me da miedo, vos a dejar de sentir miedo?”, me dijo Andrea.

“Si, porque se rompe el reforzamiento negativo que produce la evitación y se logra la extinción de la respuesta de ansiedad”, le respondí, después de haber explicado con lujo de detalles los fundamentos teóricos de la técnica (el por qué funciona).

“Pero si yo vengo porque, justamente, no puedo hacer esto…”, me dijo Juan, perplejo, cuando le dije que se tenía que subir al avión.

“Y es, justamente, porque lo evitás, que no podés hacerlo, y este miedo se mantiene a lo largo de tantos años…”, le contesté.

Lucía, a quien conozco desde hace algún tiempo, me dijo:
“¿Vos pretendés que yo, algún día, maneje por Panamericana? ¿Y sola? Sos mala, ¿eh?”

Y sonrió, nerviosa.

De a poco, la magia se despliega ante nuestros ojos. El paciente que no podía salir de su casa, de pronto está caminando una cuadra completamente solo. A la semana siguiente, quizás ya puede dar una vuelta a la manzana. O viene caminando solo desde la parada del colectivo y nos toca el timbre, emocionado. Muchas veces, mientras se van alejando, los miro parada en la puerta del consultorio, con cierta fascinación. Las limitaciones se rompen ante mis ojos y ante la sorpresa de ellos, que no pueden creer lo que verdaderamente son capaces de hacer.

¿Es obra del inconsciente? No. ¿Es un milagro? Tampoco. Se llaman afrontamientos, y ahora sumamos una manera innovadora de hacerlos en el consultorio.

Desde hace varios años, se están probando dispositivos de realidad virtual que nos ayudan a crear estímulos más “reales” que la imaginación del paciente cuando la terapia de exposición no puede realizarse en vivo, por ser imposible, o demasiado costosa, entre otras razones.

Con la ayuda de una plataforma de realidad virtual, una computadora y unas gafas especiales, podemos rápidamente estar viajando en avión, estar dentro de un ascensor o parados en una terraza muy alta mirando hacia el vacío, entre muchas otras cosas.

La tecnología, un recurso más en el consultorio, para desactivar los miedos. Los psicólogos les mostramos cómo, tal vez cuándo, les damos herramientas…Todos pueden animarse.

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Lic. María Cecilia Veiga
Psicóloga
ceciveiga@gmail.com