Muchas personas interpretan de modo erróneo que van a morir de un ataque cardíaco. Esto se debe a que carecen de suficientes conocimientos acerca de las características de los ataques cardíacos, que son fácilmente distinguibles de las de una crisis de pánico. Por lo general, un examen cardiológico de rutina permite confirmar la ausencia de enfermedad cardíaca, ya intuida por el psiquiatra o psicólogo al entrevistar al paciente. En un corazón sano, los cambios de ritmo e intensidad por adaptación al medio ambiente no revisten peligro.
No debe alarmarnos la percepción de los latidos, más frecuentes e intensos. El corazón sólo está realizando su trabajo. La sangre circula más rápido y es desviada de los lugares donde en esa emergencia no es tan necesaria, como la piel, órganos abdominales, e incluso cerebro (gracias a un estrechamiento de los vasos sanguíneos). Como resultado de la redistribución circulatoria durante la ansiedad, la piel se ve pálida y se siente fría, y, la reducción momentánea de flujo sanguíneo a nivel cerebral, puede reflejarse en mareos, visión borrosa y sensación de inestabilidad.
Estos cambios se producen para optimizar nuestra reacción frente a un peligro, constituyen un mecanismo de defensa y por lo tanto, no pueden ser dañinos para el organismo, aunque las desagradables sensaciones que provocan nos hagan creer lo contrario.

  • Sensación de falta de aire
  • Transpiración en las manos
  • Dolor en el pecho
  • Mareos

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