Ansiedad Social: el miedo a las personas (adelanto del libro Vivir a Mil, de Pablo Resnik)

La ansiedad social, en comparación con otras fobias, carga con una dificultad primaria y de enorme peso: el objeto fobígeno son las personas mismas, o diversos modos de interacción con ellas, y estas se encuentran por todos lados. Para ver con más claridad la importancia de este punto podemos compararlo, a modo de ejemplo, con la fobia específica a las víboras. En este último caso podremos llevar una vida bastante tranquila, en lo que a la fobia respecta, siempre y cuando evitemos caminar por zonas montañosas, selvas húmedas y áridos desiertos. Pero sustraernos de la inter-relación social es mucho más difícil, casi imposible, en realidad. Muy por el contrario, necesitamos relacionarnos a cada paso que damos, sobre todo si tenemos en cuenta que este tipo de ansiedad, también conocida como fobia social, no sólo nos afecta en ámbitos sociales o laborales, como podría suponerse. El temor a comunicarnos, a ser juzgados, a dar una opinión personal o a encontrarnos con la mirada de otros nos suele suceder también en casa, con nuestros padres, hermanos y amigos. Aun en nuestros ámbitos más íntimos podemos sufrir una de esas fuertes crisis de ansiedad con taquicardia, palpitaciones, transpiración, temblor, sensación de desmayo, angustia o miedo, que nos asaltan en determinadas situaciones de interacción social. Por fortuna existen tratamientos específicos, dentro de las terapias cognitivo conductual (TCC), de probada eficacia tanto en abordajes individuales como grupales.

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