Las personas que padecen de Trastorno de Ansiedad Generalizada suelen tener un modo peculiar de ver la vida. Se da una doble dificultad que lo complica todo. Por un lado se percibe al mundo como un lugar peligroso, plagado de amenazas a combatir; y a su vez una autopercepción de no contar con las herramientas necesarias para afrontar dichos peligros. Y a partir de allí la clara activación del circuito de ansiedad. ¡¿Y Como no activarse?!
A esta tendencia se le suma la preocupación excesiva que suele estar en el centro de la escena. Se activa el pensamiento catastrófico que tiñe las distintas áreas de la vida de esa persona. ¡Se espera la catástrofe inminente!
El contenido de dicha preocupación no se diferencia de los temas que habitualmente preocupan a la población en general pero la intensidad, duración y frecuencia suelen ser desproporcionados. Se percibe como algo incontrolable que ocupa mucho tiempo a quien lo padece.
Este cuadro suele acompañarse de contracturas musculares, irritabilidad, inquietud o impaciencia, dificultad para concentrarse y alteraciones en el sueño.
El trabajo terapéutico se enfocará principalmente en modificar esa percepción catastrófica del mundo que se transformó casi en un modo de vivir, sobreviviendo.
Es posible mejorar la calidad de vida identificando las distorsiones cognitivas que nos llevan a vivir suponiendo amenazas por doquier. A partir de identificarlas y corregirlas por pensamientos más funcionales se dará, en lo conductual, la disminución de los niveles de ansiedad. Es decir, vivir más tranquilo.
Si pensás que vivís esperando “lo peor” y te sentís identificado con algunos de estos síntomas, consultanos, podemos ayudarte.

Lic. Romina Scorcelli

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